lunes, 22 de marzo de 2010

El destino también pone pretextos


Estaba el individuo andando a quien sabe donde, yendo a solo Dios sabe y mirando a no se quien.
Su caminata era melancólica y estaba rodeada de cabañas de cemento y de seres humanos apurados.

Al no conocer a nadie y a la vez conocer a todos, el individuo tuvo la sensación de estar siendo vigilado por algún alma en pena, algún ladrón de ilusiones. Por unos momentos esa idea estuvo rondando por su congestionada mente, pero luego la olvidaría, como todas las promesas que hizo.

En medio de su extraño andar, se encontró con el adivino. Este, al verlo, lo tomó de la mano y sin más le dijo: "arribarás a los bosques del norte, te cautivarás con los grandes templos antiguos, leerás un libro en la tierra del lobo y hasta te asombrarás con los majestuosos trigales del sur, pero todo para que al final te des cuenta de que tu objetivo estuvo ahí, al inicio de tus pasos".

Luego de decir estas enigmáticas palabras, el anciano dio tres palmadas y desapareció como el polvo al ser sacudido. El individuo, por su parte, continuó su camino.

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