viernes, 30 de octubre de 2009

Días de Febrero


Para la persona que me esté mirando desde esa azotea. Sí, tú.

Te extraño, Días de Febrero, con tu locura premeditada y tu tiempo que no transcurre.

Veo tu cabello color sueño, y me enamoro de ti.
Me reconoces y me llevas de la mano al último grado, y tengo ganas de regalarte algo más que mi vida.
Pero en eso veo que estas vestida con el color de la realidad y me debo alejar de ti. Es que tengo miedo de volver a sentirme menos que tú.

Aprendí de tus 28 días a como despertarme en medio de una canción, a no creer en las estadísticas y a viajar por una calle con la idea de estar recorriendo el mundo. A que la noche es el mejor lugar para vivir...
Pero también aprendí a que los chocolates pueden saber a fresas, las fresas a lúcuma, y la lúcuma nunca a felicidad.

Cuento las horas para que regreses, y para que contigo vuelva a ser yo mismo..

Para que vuelvan las causas de mi sonrisa y las consecuencias de mi vesania queden borradas para siempre por la inexperiencia.

Para que el demiurgo alinee los cuerpos celestes y taciturnos y que me de abrigo en las rutas a alguno de esos países balcánicos.

Para que de un túnel oscuro nazca una puerta abierta, para que de un secreto nazca una lección y para que de tu aliento a manzanas nazca mi felicidad.

Pero en eso vuelvo a decaer. Y es que tu retorno no es más que una falsa esperanza, una esperanza al revés. Y es que en realidad no te extraño, solo extraño la sensación de estarte extrañando.

miércoles, 28 de octubre de 2009

Perdonen siete veces siete a Sietemesino - II

En un hospital que tenía de particular el no tener ventanas, Sietemesino empezó a respirar a las 7:00 PM (decían en su tierra natal que aquellos que nacían en hora exacta estaban condenados a una vida infausta) en un ambiente inyectado de un aire con olor a suspiro melancólico.

Su etapa de niñez fue comparable a la guernica, pues solo podía ser entendido por pocos y fácil de menospreciar por la mayoría. Y es que en su entorno todo necesitaba tener forma para ser aceptado, todo tenía que tener algo de semejanza al estereotipo de belleza humana para ser considerado popular. Pero el no.
Algo que ocurrió durante esos duros 7 años trastocó su encéfalo, carcomió sus entrañas, pero lo hizo más fuerte, aunque sacrificando cada vez más su capacidad para relacionarse.
Sietemesino odiaba a su madre, pues era la típica persona que podía hacerlo sentir menos. Acostumbrada a la altivez infundada y a las ínfulas de duqueza del más yermo de los lugares, la mamá del muchacho tuvo un terreno en el cual cultivó desde siempre la avaricia, la soberbia y la pereza.
Sietemesino, para huir de su realidad, solía conversar con Panchito, su amigo imaginario, y darse de besos con Andreita, su novia imaginaria. Le gustaban esos sueños, que para el eran su "verdadera realidad". Pero un día despertó llorando, y es que había tenido una noche pesada. Injusta la vida para él, que lo que en esa noche había soñado era que Panchito y Andreita estaban dando rienda suelta a sus deseos carnales.

A los 7 años, temprana edad, se le dio por escribir. Al principio sus escritos eran supérfluos y llenos de tonterías de niños, pero poco a poco fue perfeccionándolos. Le gustaba fantasear y en otras ocasiones escribir lo que sentía. Para todo esto el no disponía de papel ni de plumas, objetos que para sus padres eran "del diablo". Al tener prohibido lo indispensable para escribir, el siempre usaba su dedo índice derecho, al cual metía en una vieja tinta que encontró en el cajón de su abuelo y con el que formaba las letras en las paredes de su cuarto. Así, cuando llegó a los 67 escritos, todo su cuarto ya estaba lleno de relatos vagos y borrosos, invectivas, algunos poemas y demás cosas, los cuales el cuidadosamente escribía en una letra pequeña para que cabiesen todas a lo largo de sus paredes.
Sus últimos 10 escritos fueron de una profundidad insospechada, y un reflejo de todo lo que un niño, trastocado por quien sabe que, estaba viviendo.

Una vez llegó a escribir:
Horribles, horribles los sonidos sin origen
Me gritan, me insultan, tengo miedo
Podrían venir de cualquier lugar, no sé.
Tal vez vienen de un ladrón o de mi propia madre.
Pero son peores cuando sé que vienen de mismo
pero no se exactamente de donde.


Sus padres, al ver esas "pintarrajeadas paredes" (como ellos las llamaban), solían tener un ataque de nervios, pues pensaban que su hijo se había vuelto loco o algo parecido. Lo curioso es que nunca se acercaron a leer lo que decía cada escrito.
Odiaban tener alguna pared sucia, pero les daba igual la de el. Hasta que un día, y quizá solo por molestar, decidieron pintarla y así eliminaron todo el registro del pequeño muchacho. Todos sus relatos fueron borrados, y con ellos la única puerta que abría a su mundo. A su hijo prácticamente le arrancaron la memoria, la cual ya de por sí era borrosa y difusa. "Pobre de Sietemesino", solían decir los pocos que lo conocían.

sábado, 24 de octubre de 2009

Perdonen siete veces siete a Sietemesino - I

(AVISO: Esta cruel historia deberá leerse al revés, tal vez en un vago intento del autor por hacer que el tiempo regrese por donde vino.)

Esta historia continuará...

7:15 PM. Sietemesino salió de la tienda feliz, pero pronto todo se le vino abajo al ver en las noticias que su golfista favorito había sido asesinado, al igual que sus sueños, al igual que sus deseos, sus ganas, que su todo. En ella, el muchacho se consoló comprándose una bola de golf. Era tal su tristeza que ni corto ni perezoso emprendió su viaje a la tienda deportiva. La chica lo había dejado mal, sin aliento y sin un sol en los bolsillos. Pobre de él. El encuentro lo dejó moribundo y el sabía que tal remontada no era obra sino de un Dios malévolo, de la mala suerte, de su estupidez, de su inexperiencia, de todo. Sabía que ese día su vida se partiría en dos y al final se cumplió la lógica. Salió de ese lugar casi como huyendo, viendo a cada rato su reloj esperando a que se acaben las horas, el día, su vida. "Ya la fregué", pensó. Razones no le faltaban, pues realmente la había fregado. 6:00 PM. Leyendo un libro sobre que hacer con su vida, pronto se haría una idea sobre que hacer, y bostezando como quien sale de un sueño todo sucedió en frente de sus virginales ojos que daban cuenta de un espectáculo, del cual su débil alma era el actor principal. El vil payaso era el espectador de lujo, ese que se gana la vida haciéndose el tonto y que incluso salió en la televisión.
Sietemesino llegó a su meridiano de Greenwich, ese donde su vida empezaría de cero, o tal vez de -1. Agarró su librito para hacer hora y releía los párrafos que no entendía para ver exactamente que querían decir. Su sudor invadía su rostro y el sentimiento de moral exaltada se confundía con su sensación de que todo estaba a punto de irse a la mierda.
Salió de su casa, ni siquiera se despidió de su mamá, esa que trabajó día y noche para comprarle la casaca de cuero que el tanto quería, y que ahora estaba usando.
Antes de salir vio un partido de golf, su gran pasión, y su jugador favorito iba perdiendo, tal vez un presagio de lo que pasaría luego.
Sietemesino se levantó de la cama, se cepilló y se encomendó a Dios, uno de los únicos que conocían su historia y no lo recriminaban.