miércoles, 28 de octubre de 2009

Perdonen siete veces siete a Sietemesino - II

En un hospital que tenía de particular el no tener ventanas, Sietemesino empezó a respirar a las 7:00 PM (decían en su tierra natal que aquellos que nacían en hora exacta estaban condenados a una vida infausta) en un ambiente inyectado de un aire con olor a suspiro melancólico.

Su etapa de niñez fue comparable a la guernica, pues solo podía ser entendido por pocos y fácil de menospreciar por la mayoría. Y es que en su entorno todo necesitaba tener forma para ser aceptado, todo tenía que tener algo de semejanza al estereotipo de belleza humana para ser considerado popular. Pero el no.
Algo que ocurrió durante esos duros 7 años trastocó su encéfalo, carcomió sus entrañas, pero lo hizo más fuerte, aunque sacrificando cada vez más su capacidad para relacionarse.
Sietemesino odiaba a su madre, pues era la típica persona que podía hacerlo sentir menos. Acostumbrada a la altivez infundada y a las ínfulas de duqueza del más yermo de los lugares, la mamá del muchacho tuvo un terreno en el cual cultivó desde siempre la avaricia, la soberbia y la pereza.
Sietemesino, para huir de su realidad, solía conversar con Panchito, su amigo imaginario, y darse de besos con Andreita, su novia imaginaria. Le gustaban esos sueños, que para el eran su "verdadera realidad". Pero un día despertó llorando, y es que había tenido una noche pesada. Injusta la vida para él, que lo que en esa noche había soñado era que Panchito y Andreita estaban dando rienda suelta a sus deseos carnales.

A los 7 años, temprana edad, se le dio por escribir. Al principio sus escritos eran supérfluos y llenos de tonterías de niños, pero poco a poco fue perfeccionándolos. Le gustaba fantasear y en otras ocasiones escribir lo que sentía. Para todo esto el no disponía de papel ni de plumas, objetos que para sus padres eran "del diablo". Al tener prohibido lo indispensable para escribir, el siempre usaba su dedo índice derecho, al cual metía en una vieja tinta que encontró en el cajón de su abuelo y con el que formaba las letras en las paredes de su cuarto. Así, cuando llegó a los 67 escritos, todo su cuarto ya estaba lleno de relatos vagos y borrosos, invectivas, algunos poemas y demás cosas, los cuales el cuidadosamente escribía en una letra pequeña para que cabiesen todas a lo largo de sus paredes.
Sus últimos 10 escritos fueron de una profundidad insospechada, y un reflejo de todo lo que un niño, trastocado por quien sabe que, estaba viviendo.

Una vez llegó a escribir:
Horribles, horribles los sonidos sin origen
Me gritan, me insultan, tengo miedo
Podrían venir de cualquier lugar, no sé.
Tal vez vienen de un ladrón o de mi propia madre.
Pero son peores cuando sé que vienen de mismo
pero no se exactamente de donde.


Sus padres, al ver esas "pintarrajeadas paredes" (como ellos las llamaban), solían tener un ataque de nervios, pues pensaban que su hijo se había vuelto loco o algo parecido. Lo curioso es que nunca se acercaron a leer lo que decía cada escrito.
Odiaban tener alguna pared sucia, pero les daba igual la de el. Hasta que un día, y quizá solo por molestar, decidieron pintarla y así eliminaron todo el registro del pequeño muchacho. Todos sus relatos fueron borrados, y con ellos la única puerta que abría a su mundo. A su hijo prácticamente le arrancaron la memoria, la cual ya de por sí era borrosa y difusa. "Pobre de Sietemesino", solían decir los pocos que lo conocían.

No hay comentarios:

Publicar un comentario